"Jorge Luis Borges, en el año 1941 de la cuenta cristiana, publica El jardín de senderos que se bifurcan, colección de relatos de la cual forma parte La biblioteca de Babel. En este cuento se presenta, como alegoría del universo, una biblioteca que contiene todos los posibles libros. Existen limitantes a la magnitud de la biblioteca
dadas por el formato de los libros (cantidad de páginas, renglones por
página, etc.), el formato de las estanterías (libros por estantería,
estanterías por estancia), y más importante, por la cantidad de símbolos
que pueden ser combinados para conformar la extensión completa de un libro, siendo esta una cantidad finita
y pudiendo ser ordenada en un espacio finito e indeformable (libro), la
cantidad de posibles libros (distintos entre sí), si bien enorme, es
finita.
Este comentario no representa ninguna novedad, pero abandonemos la
representación de Borges e imaginemos una verdadera biblioteca que
abarque todo lo escrito por la humanidad; pasemos de la biblioteca de
Babel a la biblioteca Antrópica.
Google,
como parte de su proyecto de digitalización de libros, estimó en el año
2010, por medio de cruzamientos de bases de datos bibliográficos, que
la cantidad de títulos distintos existentes rondaba los 130 millones. Es una cantidad enorme, ilegible: serían necesarios más
de 350 milenios para que una persona, leyendo un libro diario, pudiese
leerlos todos. Es una cuestión aún más extraordinaria si pensamos que
los sistemas más antiguos de escritura datan de apenas unos 5 milenios atrás. Esa
enorme cantidad de escritos ha sido producida en este pestañeo
cronológico. Pero sería también una niñería pensar que esos son todos
los libros escritos en la historia. Asumamos primero los errores en la
estimación de google, que con seguridad pasó por alto los ejemplares
únicos que puedan estar perdidos en algún armario de un viejo caserón,
entre las pertenencias apiladas de algún fallecido. Agreguemos a eso los
ejemplares consumidos por las llamas en bombardeos de guerras o en
situaciones como aquella de la biblioteca de Alejandría;
aquellos títulos con un acervo pobre, que se fueron deshojando y
dañando a través del tiempo, hasta que por obra del azar se perdió hasta
la última copia. Aquellos que han sido prohibidos y sistemáticamente
destruidos a través de los tiempos por razones religiosas, políticas o
culturales. Yendo incluso más allá, pensemos en todos aquellos libros
que fueron escritos y jamás publicados, cuyos originales terminaron en
una chimenea o en el fondo del mar, o hechos añicos por mano de su
autor.
Ciertamente, si pudiesemos
disponer de todos los libros jamás escritos por algún ser humano, sería
ideal poder clasificarlos todos y almacenarlos en alguna enorme
biblioteca: tener la expresión completa de la humanidad a disposición
cada vez que queramos.
Ahora que tenemos esta biblioteca completa, vale la pena reflexionar
sobre el destino real de muchos de esos libros: ¿Qué tan lesiva fue la
desaparición de los libros que perecieron? ¿Realmente debemos lamentar
su desaparición? ¿No sobreviven hoy libros cuyo efecto es más bien
dañino? ¿No convendría más que ciertos libros simplemente no existiesen?
¿Cuántos libros realmente benefician a la humanidad con su existencia?
La
realidad parece ser que de esos millones de libros es una minoría la
que realmente vale la pena conservar. Todo apunta a que lo realmente
sensato para la humanidad es dedicarse a reciclar libros inútiles que no
aportan nada, cuya publicación sólo consume hectáreas de bosque para la
producción de papel. ¿Cómo creer necesario un libro de un asceta del siglo XIV que predica el exterminio de los poseidos?
¿Qué utilidad pueden tener un libro de alquimia o una de las tantas
publicaciones de Paulo Coelho? Respondo: de ninguna forma y ninguna.
Aún
así, sería una irresponsabilidad considerar a los libros como simples
artefactos utilitarios, de cuyos destinos podemos disponer a voluntad.
Si se pierde un libro, que sea por el azar, y que la voluntad individual
sólo entre en juego a la hora de crear. Los libros siempre tendrán algún valor o utilidad, así sea como registro histórico.
El
daño o beneficio que podamos atribuir a los libros no es realmente
parte de su esencia y son por otro lado, achacables a los lectores
irresponsables e inconcientes, de los cuales hay muchísimos.
La solución tampoco será quemar a estos individuos desafortunados que
no se dan cuenta del daño que hacen. Tal y como si se tratase de las
normas de uso del transporte público, deberá bastar con dar el ejemplo.
Lee, pero más importante, piensa: la realidad no está en los libros sino
más probablemente dentro de la cabeza de todos. "
Iván Skroce.
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